Sentado enfrente de la puerta de embarque no puede parar de morderse las uñas. Coge su maletín gris oscuro, gastado por el tiempo que lleva acompañándole, y lo abre. Saca un libro, lo mira, lo abre, lo cierra y lo guarda. Mira hacia los lados, observa la gente que le rodea y decide levantarse. Una vez de pie comienza a andar en círculos, al principio lento y cada vez más rápido. De pronto se para en seco, respira profundamente, mira el reloj de su BlackBerry y se sienta de nuevo. Sentado comienza a mover sus piernas velozmente haciendo temblar todos los demás asientos. Sus uñas ya están tan diminutas que decide arrancarse la piel levantada y desgastada que las rodea. Divisa a unos metros una máquina expendedora. Mete la mano en el bolsillo. Efectivamente tiene algunas monedas y se acerca a por un refresco. Moneda, botón, refresco. La lata cae, la saca. Sin haber podido abrirla del todo empieza a salir todo el contenido simulando una explosión marrón. La camisa blanca y el traje de una cara marca italiana están empapados por el dulce líquido. El hombre se acerca a una papelera, tira la lata medio vacía ensuciándose un poco más la mano. Enfadado le da una patada al cubo y se dirige a los aseos de caballeros. Pasados unos cinco minutos el hombre sale con la cabeza enrojecida y la camisa arrugada y aún húmeda. La chaqueta del traje que lleva colgada del brazo empieza a deslizarse hasta caerse al suelo. Una agradable mujer se le acerca y le indica en tono dulce que se le ha caído la chaqueta. El hombre la mira con rabia y la levanta.”Gracias” se oye. Aunque más que oírse se intuye. Mira de nuevo la hora, resopla. Se le acerca una azafata y le dice, “Disculpe, es nuestro fallo pero su asiento ha sido vendido dos veces, y ya que el otro pasajero adquirió su billete antes que usted lamento tener que comunicarle que usted tiene que quedarse en tierra. Le pagaremos el hotel y el vuelo de mañana.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario